·^25 octubre, 2006^·

Malas palabras

[051]
Ximena Dahm andaba muy nerviosa, porque aquella mañana iba a iniciar su vida en la escuela. Corriendo iba de un espejo al otro, por toda la casa; y en uno de esos ires y venires, tropezó con un bolso y cayó desparramada al piso. No lloró, pero se enojó:
-¿Qué hace esta mierda acá?
La madre educó:
-Mijita, eso no se dice.
y Ximena, desde el piso, quiso saber:
-¿Para qué existen, mamá, las palabras que no se dicen?

·^13 octubre, 2005^·

Gente curiosa

[048]
Soledad, de cinco años, hija de Juanita Fernández:
-¿Por qué los perros no comen postre?
Vera, de seis años, hija de Elsa Villagra:
-¿Dónde duerme la noche?¿Duerme aquí, abajo de la cama?
Luis, de siete años, hijo de Francisca Bermúdez:
-¿Se enojará Dios, si no creo en él? Yo no sé cómo decírselo.
Marcos, de nueve años, hijo de Silvia Awad:
-Si Dios se hizo solo, ¿cómo pudo hacerse la espalda?
Carlitos, de cuarenta años, hijo de María Scaglione:
-Mamá, ¿a qué edad me sacaste la teta? Mi psicóloga quiere saber.

·^14 setiembre, 2005^·

Urogallos

[017]
Se va el invierno, y en los bosques de hayas de Asturias se despeja la helada niebla donde anidan las brujas y los búhos.
Entonces los gallos salvajes, los urogallos, cantan desde las ramas. Ellos llaman a ellas, y ellas acuden. Es noche todavía cuando el baile se desata en los cantaderos. Antifaces rojos, picos blancos, negras barbas: los urogallos y las urogallinas se menean como mascaritas de carnaval.
Los cazadores se agazapan en el bosque, con el dedo en el gatillo.
Es muy difícil atrapar a los urogallos, que viven metidos en sus escondrijos, a salvo de todo peligro. Pero los cazadores saben que esta fiesta, la danza del encuentro, los vuelve ciegos y sordo mientras dura.

·^08 setiembre, 2005^·

Pájaros

[016]
La casa, construcción de paja y de ramitas, es mucho más grande que su habitante.
Pero alzar la casa, entre los matorrales espinosos, lleva no más que un par de semanas. El arte, en cambio, exige mucho tiempo de trabajo.
No hay dos casas iguales. Cada cual pinta su morada como quiere, con pintura hecha de bayas machacadas, y cada cual la decora a su manera. Los alrededores se alindan con tesoros arrancados del monte o de la basura de algún pueblo lejano: la piedritas, las flores, los caparazones de caracoles, las hierbas y los musgos se ubican queriendo armonía; las tapas de botellas de cerveza y los pedacitos de vidrios de colores, de preferencia azules, dibujan anillos o abanicos en el suelo. Las cosas van cambiando mil veces de sitio, hasta que encuentran el mejor lugar para recibir la luz de cada día.
Por algo estos pájaros se llaman caseritos. Ellos son los arquitectos más alegres de todas las islas de Oceanía.
Cuando ha concluido la creación de su casa y jardín, cada pájaro espera. Espera, cantando, que pasen las pájaras. Y que alguna detenga su vuelo y vea su obra. Y que lo elija.

·^07 setiembre, 2005^·

Peces

[015]
¿Señor o señora? ¿O los dos a la vez? ¿O a veces él es ella, y a veces ella es él? En las profundidades de la mar, nunca se sabe.
Los meros, y otros peces, son virtuosos en el arte de cambiar de sexo sin cirugía. Las hembras se vuelven machos y los machos se convierten en hembras con asombrosa facilidad; y nadie es objeto de burla ni acusado de traición a la naturaleza o la ley de Dios.

Moral y buenas costumbres

[014]
La encerraron en una habitación, atada a ala cama.
Cada día entraba un hombre, siempre el mismo.
Al cabo de algunos meses, la prisionera quedó embarazada.
Entonces la obligaron a casarse con él.
Los carceleros no eran policías, ni soldados. Eran el padre y la madre de esta muchacha, casi niña, que había sido descubierta cuando se estaba besando y acariciando con una compañera de estudios.
En Zimbabwe, a fines de 1994, Bev Clark escuchó su relato.

·^30 agosto, 2005^·

Subsuelos de la noche

[013]
Porque esta mujer no se callaba nunca, porque siempre se quejaba, porque para ella no había estupidez que no fuera un problema, porque estaba harto de trabajar como un burro de carga y encima aguantar a esta pesada y toda su parentela, porque en la cama tenía que rogar como un mendigo, porque anduvo con otro y se hacía la santa, porque ella le dolía como nunca nadie le había dolido y porque sin ella no podía vivir pero con ella tampoco, él se vio obligado a retorcerle el cogote, como si fuera gallina.
Porque este hombre no escuchaba nunca, porque nunca le hacía caso, porque para él no había un problema que no fuera una estupidez, porque estaba harta de trabajar como una mula y encima aguantar a este matón y a toda su parentela, porque él le dolía como nunca nadie le había dolido y porque sin él no podía vivir pero con él tampoco, ella no tuvo más remedio que empujarlo desde un décimo piso, como si fuera bulto.
Al fin de esa noche, desayunaron juntos. Igual que todos los días, la radio transmitía música y noticias. Ninguna noticia les llamó la atención. Los informativos no se ocupan de los sueños.

·^20 agosto, 2005^·

los siete pecados capitales

[012]

De rodillas en el confesionario, un arrepentido admitió que era culpable de avaricia, gula, lujuria, pereza, envidia, soberbia e ira:
Jamás me confesé, Yo no quería que ustedes, los curas, gozaran más que yo con mis pecados, y por avaricia me los guardé.
¿Gula? Desde la primera vez que la vi, confieso, el canibalismo no me pareció tan mal.
¿Se llama lujuria eso de entrar en alguien y perderse allí adentro y nunca más salir?
Esa mujer era lo único en el mundo que no me daba pereza.
Yo sentía envidia. Envidia de mí. Lo confieso.
Y confieso que después cometí la soberbia de creer que ella era yo.
Y quise romper ese espejo, loco de ira, cuando me vi.

·^18 agosto, 2005^·

Riñas y disputas

[011]
En un callejón del centro de Santiago de Chile, un viejo destartalado vendía cigarrillos de contrabando. Sentado en el suelo, bebía del pico de una botella. Acepté un trago de su vino de cirrosis instantánea, y me detuve a charlar un rato.
Cuando le estaba pagando los cigarrillos, se vino la tromba. De pronto, las moscas huyeron, se volcó el vino, la mesita voló y una demoledora mujer levantó al anciano en un puño.
Me puse a recoger la mercadería desparramada por los suelos, mientras la dama sacudía al esmirriado y le gritaba mujeriego, putañero, que te has creío, descarao, degenerao, que andái culiando con la Eva, y con la Luci, y Él balbuceaba a ésa yo ni la conozco, y con la Pamela, y él gemía ella me buscó y el bombardeo seguía, que te has revolcao con la Martita, la yegua ésa, y la puta de la Charito y la Beti y la Pati, ante la indiferencia de la gente que no prestaba la menor atención a esta pasarela de rubias platinadas con pestañas postizas y botas de reptil.
La indignada tenía al acusado contra la pared, atrapado por el pescuezo, mientras él balbuceaba juramentos, que usté es mi única, unsté es mi catedral, las otras son capillitas nomás, hasta que ella, apretando para estrangulación. Le echó para siempre: te mandai mudar, ordenó, te vai, que nunca más te vuelva a ver, que si te vuelvo a ver...
Y sin palabras anunció el atroz castigo. Clavándole los ojos en los santos lugares, contó el aire con los dedos, como dos hojas de tijera.
Valientemente, me alejé.

·^15 agosto, 2005^·

La institución conyugal

[010]
El capitán Camilo Techera siempre andaba con Dios en la boca, buenos días si Dios quiere, hasta mañana si Dios quiere.
Cuando llegó al cuartel de artillería, descubrió que no había ni un solo soldado que estuviera casado como Dios manda y que vivían todos en pecado, retozando en promiscuidad como las bestias del campo.
Para acabar con aquel escándalo que ofendía al señor, mandó llamar al sacerdote que oficiaba misa en la ciudad de Trinidad. En un solo día, el cura administró a los soldados de la tropa, cada cual con su cada cuala, el santísimo sacramento del matrimonio en nombre del capitán, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos los soldados fueron maridos desde aquel domingo.
El lunes, un soldado dijo:
-Esa mujer es mía.
Y cavó el cuchillo en la barriga de un vecino que la estaba mirando.
El martes, otro soldado dijo:
-Para que aprendas.
Y retorció el pescuezo de la mujer que le debía obediencia.
El miércoles...

·^13 agosto, 2005^·

Historia clínica

[009]

Informó que sufría taquicardia cada vez que lo veía, aunque fuera de lejos.
Declaró que se le secaban las glándulas salivales cuando él la miraba, aunque fuera de refilón.
Admitió una hipersecreción de las glándulas sudoríparas cada vez que él le hablaba, aunque fuera para contestarle el saludo.
Reconoció que padecía graves desequilibrios en la presión sanguínea cuando él la rozaba, aunque fuera por error.
Confesó que por él padecía mareos, que se le nublaba la visión, que se le aflojaban las rodillas. Que en los días no podía parar de decir bobadas y en las noches no conseguía dormir.
-Fue hace mucho tiempo, doctor –dijo-. Yo nunca más sentí nada de eso.
El médico arqueó las cejas:
-¿Nunca más sintió nada de eso?
Y diagnosticó:
-Su caso es grave.

·^11 agosto, 2005^·

Palabras perdidas

[008]
Por las noches, Avel de Alencar cumplía su misión prohibida.
Escondido en una oficina de Brasilia, él fotocopiaba, noche tras noche, los papeles secretos de los servicios militares de seguridad: informes, fichas y expedientes que llamaban interrogatorios a las torturas y enfrentamientos a los asesinatos.
En tres años de trabajo clandestino, AM fotocopió un millón de páginas. Un confesionario bastante completo de la dictadura que estaba viviendo sus últimos tiempos de poder absoluto sobre las vidas y milagros de todo Brasil.
Una noche, entre las páginas de la documentación militar, AM descubrió una carta. La carta había sido escrita quince años antes, pero el beso que la firmaba, con labios de mujer, estaba intacto.
A partir de entonces, encontró muchas cartas. Cada una estaba acompañada por el sobre que no había llegado a destino.
Él no sabía qué hacer. Largo tiempo había pasado. Ya nadie esperaba esos mensajes, palabras enviadas desde los olvidados y los idos hacia lugares que ya no eran y personas que ya no estaban. Eran letra muerta. Y sin embargo, cuando los leía, Avel sentía que estaba cometiendo una violación. Él no podía devolver esas palabras a la cárcel de los archivos, ni podía asesinarlas rompiéndolas.
Al fin de cada noche, Avel metía en sus sobres las cartas que había encontrado, les pegaba sellos nuevos y las echaba al buzón del correo.

Los tiempos del tiempo

[007]
Él es uno de los fantasmas. Así llama la gente de Sainte Elie a los pocos viejos que siguen hundidos en el barro, moliendo piedras, escarbando arena, en esta mina abandonada que ni cemento a tenido nunca, porque ni los muertos han querido quedarse.
Hace medio siglo, este minero, venido de muy lejos, llegó al puerto de Cayena, y se internó en busca de la tierra prometida. En aquellos tiempos, aquí había florecido el jardín de los frutos de oro, y el oro redimía a cualquier forastero muerto de hambre y lo devolvía a casa muy gordo de oro, si la suerte lo quería.
La suerte no quiso. Pero este minero sigue aquí, sin más ropa que un taparrabos, comiendo nada, comido por los mosquitos. Y en busca de nada revuelve la arena día tras día, sentado ante la batea, bajo un árbol más flaco que él, que apenas lo defiende de la ferocidad del sol.
Sabastiâo Salgado llega a esta mina perdida, visitada por nadie, y se sienta a su lado. Al cazador de oro le quedaba un solo diente, un diente de oro, que cuando él habla brilla en la noche de su boca:
-Mi mujer es muy linda– dice.
Y muestra una foto rotosa y borrosa.
-Me está esperando– dice.
Ella tiene veinte años.
Hace medio siglo que ella tiene veinte años, en algún lugar del mundo.

·^10 agosto, 2005^·

Los juegos del tiempo

[006]
Dizquedicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de cosecha. Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros.
Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó.
Él se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién sap cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde se amigo seguía plantado ante el cuadro.
Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastos llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca.

·^09 agosto, 2005^·

Huellas

[005]
Una pareja venía caminando por la sabana, en el oriente del África, mientras nacía la estación de las lluvias. Aquella mujer y aquel hombre todavía se parecían bastante a los monos, la verdad sea dicha, aunque ya andaban erguidos y no tenían rabo.
Un volcán cercano, ahora llamado Sadiman, estaba echando cenizas por la boca. El cenizal guardó los pasos de la pareja, desde aquel tiempo, a través de todos los tiempos. bajo el manto gris han quedado, intactas, las huellas. Y esos pies nos dice, ahora, que aquella Eva y aquel Adán venían caminando juntos, cuando a cierta altura ella se detuvo, se desvió y caminó unos pasos por su cuenta. después, volvió al camino compartido.
Las huellas humanas más antiguas han dejado la marca de una duda.
Algunos añitos han pasado. La duda sigue.

·^07 agosto, 2005^·

Verderías

[004]
Cuando la mar ya era mar, la tierra no era mas que roca desnuda.
Los líquenes, venidos de la mar, hicieron la pradera. Ellos invadieron, conquistaron y verdearon el reino de la piedra.
Eso ocurrió en el ayer de los ayeres, y sigue ocurriendo todavía. Donde nada vive, los líquenes viven: en la estepas heladas, en los desiertos ardientes, en lo más alto de las más altas montañas.
Los líquenes viven mientras dura el matrimonio entre las algas y sus hijos, los hongos. Si el matrimonio se desase, se desasen los líquenes.
A veces, las algas y los hongos se divorcian, por riñas y disputas. Según ellas, ellos las tienen encerradas y no las dejan ver la luz. Según ellos, ella los empalagan de tanto darles azúcar noche y día.

·^06 agosto, 2005^·

Testigos

[003]
El profesor y el periodista pasean por el jardín.
En eso, Jean-Marie Pelt, el profesor, se detiene, señala con el dedo y dice:
-Les presento a nuestras abuelas.
Y el periodista, Jacques Girardon, se agacha y descubre una bolita de espuma que asoma entre los pastos.
Es un pueblo de microscópicas algas azules. En los días de mucha humedad, las algas azules se dejan ver. Así, todas juntas, parecen una escupida. El periodista frunce la nariz: el origen de la vida no tiene un aspecto muy atractivo que digamos, pero de esa baba, de esa porquería, venimos todos los que tenemos piernas, pata, raíces, aletas o alas.
Antes del antes, en los tiempos de la infancia del mundo, cuando no había colores ni sonidos, ella, las algas azules, ya existían. Echando oxígeno, dieron color a la mar y al cielo. Y un buen día, un día que duró millones de años, a muchas algas azules se les dio por convertirse en algas verdes. Y las algas verdes fueron generando, muy poquito a poco, líquenes, hongos, musgos, medusas y todos los colores y los sonidos que después vinieron, vinimos, a alborotar la mar y la tierra.
Pero otras algas azules prefirieron seguir siendo como eran.
Así siguen estando.
Desde el remoto mundo que fue, ellas miran al mundo que es.
No se sabe que opinan.

·^03 agosto, 2005^·

El viaje

[002]
Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien.
Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos.
Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje.

·^02 agosto, 2005^·

Tiempo que dice

[001]


De tiempo somos.
Somos sus pies y sus bocas.
Los pies del tiempo caminan en nuestros pies.
A la corta o a la larga, ya se sabe, los vientos del tiempo borrarán las huellas.
¿Travesía de la nada, pasos de nadie? Las bocas del tiempo cuentan el viaje.

·^26 julio, 2005^·

En Montevideo

Cuando eran hilos sueltos, y todavía no fomaban parte de una trama común, algunos de los relatos aquí reunidos fueron publicados en diarios y revistas. Al integrarse a este tejido, aquellas primeras versiones cambiaron su forma y color.


Este libro cuenta historias que viví o escuché.
En algunos casos, las historias que escuché nombran sus fuentes. Quiero dar también las gracias a los muchos colaboradores que no están mencionados.


Imágenes del arte de la región peruana de Cajamaraca acompañan los textos. Estas obras, pintadas, grabadas o talladas por manos anónimas, han sido reunidas por Alfredo Mires Ortiz en un largo trabajo de exploración y rescate. Algunas tienen miles de años de edad, pero parecen hechas la semana pasada.


Como de costumbre, inexplicable costumbre, Helena Villagra acompañó este libro paso a paso. Ella compartió las historias que aquí se cuentan, leyó y releyó cada una de las páginas y ayudó a mejorar las palabras que estaban y a expulsar las palabras que sobran.
Como de costumbre, explicable costumbre, este libro le está dedicado.


EG - al fin del 2003.

·^23 julio, 2005^·

Eduardo Galeano

Nació en Montevideo, en 1940. allí se inició en el oficio periodístico publicando dibujos y crónicas en el semanario 'El Sol'. Entre 1959 y 1963 fue jefe de redacción del semanario 'Marcha' y director del diario 'Época' entre 1964 y 1966. Desde principios de 1973, durante los años de la dictadura militar uruguaya, estuvo exiliado en la Argentina -donde fundó y dirigió la revista 'Crisis'- y en la costa catalana de España. A principios de 1985 regresó a Montevideo, donde actualmente vive, camina y escribe. Es autor de varios libros, traducidos a numerosas lengua. Galeano comete, sin remordimiento, la violación de las fronteras que separan los géneros literarios. A lo largo de una obra donde confluyen la narración y el ensayo, la poesía y la crónica, sus libros recogen las voces del álma y de la calle y ofrecen una síntesis de la realidad y su memoria. En dos ocaciones fue premiado por la Casa de las Américas y por el Ministerio de Cultura dle Uruguay. Recibió el American Book Award de la Universidad de Washington, en eeuu, por su trilogía 'Memoria del Fuego'. Fue el primer escritor galardonado con el premio Aloa, creado por los editores de Dinamarca, y con el Cultural Freedom Prize, otorgado por la Fundación Lannan.